viernes, 28 de marzo de 2008

El Clamor del Agua, de Manuel Lizondo Borda


Duermen los altos montes... ¡Qué silencio,
qué augusta soledad y que tristeza!
Duermen las claras cimas arboladas;
duermen los valles, a la luz serena
y fría de la luna; duerme todo...
pero hay algo que dando está un alerta,
junto al sueño glacial de las montañas:
y es un rumor lejano en las tinieblas...
¡es el perenne ruido de las aguas
que, por el valle abajo, se despeñan!
*
Es el clamor del agua atormentada;
es su voz agorera, voz que truena
pavorosa en la noche: canto triste,
un canto desolado que no cesa,
que nunca cesa, que es el mismo siempre,
y hace ya muchos siglos que resuena...
-¡cuántas veces, oyéndolo, el viajero,
perdido en estas soledades muertas,
habrá sentido el corazón golpearle
dentro del pecho una congoja extrema!...
Yo siento al escucharlo un frío agudo,
una angustia en el alma, toda opresa;
porque ese canto eterno, canto amargo,
¡cuántas cosas me dice y me recuerda!...
Porque es la voz inenarrable y fija
de que todo es fugaz sobre la tierra;
porque es el canto del morir continuo
de las cosas del mundo, cantinela
del tiempo que sin fin se precipita
en espantosa eternidad... Porque esa,
esa canción tristísima del agua,
mi pobre y débil carne moridera
angustia sin querer; porque oprime,
la llena de terror su voz que suena,
estas frías palabras a mi oído:
“¡tú que hoy alegre vas por esta senda,
ya no serás, ya no serás mañana...!”
*
Eso dice el continuo, largo alerta,
esa canción tristísima del agua,
que perdida en la noche siempre suena...
Mas, También ella como yo, algún día
dejará de sonar: -La ley es esa-;
también callará; callará todo...
¡y habrá eterno silencio en las tinieblas!
***
Del libro: Lizondo Borda, Manuel, El Amor Innumerable, extraído de Gustavo A. Bravo Figueroa, Poesía de Tucumán siglo XX, Tucumán, Ediciones Atenas, 1965, p. 50.
Foto de Carlos Alvarado, San Lorenzo, Salta, marzo 2008.

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